jueves, 1 de noviembre de 2007

En casa de Nimlin Moog.

(NOTA: El personaje “Nimlin Moog & Señora” pertenecen a la raza fantástica de la saga “Journey of Fantasy” escrita por Juiahnn Frank. Los “Nimoog” pertenecen a las tierras de Brumecia y son un aspecto algo particular. Si bien sus cuerpos podrían ser de cualquier gaiano (estatura común humana) en el caso de los Nimoog-ai, o de un Jibil´s (estatura común de un niño, o un “hobbit” del universo de Tolkien) en el caso de los Nimoog-et, sus rostros son de roedores o de conejos, dependiendo de la zona en donde nacieron. Ellos son la única raza que pueden invocar a los Espíritus Naturales a voluntad, papel que desempeñan en especial el genero femenino, mientras que el macho, debido a su destres y agilidad, toman el trabajo de buscadores de Espíritus Naturales. Esta es su actividad, hasta que pasada los cientos de años, y con un aspecto mas avejentados, se dedican a la agricultura, la carpintería y el telar. Los Nimoog conviven con casi todas las razas, pero su ciudad principal se encuentra en una de las ramas superiores del Gran Árbol de Brumecia, llamada “la alegre Mynoog” o “el jardin de Mysidia.)

En casa de Nimlin Moog.

Estaba demasiado excitado para conciliar el sueño, y en una habitación que, pese a su sencillez y comodidad, la sentía ajena.

Esa misma tarde había conocido a Nimlin Moog, un viejo Nimoog-et, granjero de una aldea de nimoogs del valle bajo de Timáeria.
Habiendo pasado frente a su huerta, y tras una muy entretenida platica (ya sabéis…vinos, tabaco, e historias de foráneos) me invito a pasar la noche en su hogar, construido dentro de uno de los grandes árboles de la colina crepuscular.

-“..Y cuénteme”- exclamó la Señora Moog mientras llenaba los platos con una deliciosa cena- “¿qué suerte de aventuras buscáis en estos parajes?”-
-“Me dirijo al Norte, buena Señora; detrás de las montañas de Namóra, al valle de los robles”- contesté mientras me llevaba a la boca un dorado trozo de carne.
El viejo Nimlin se acomodo en su pequeña silla, e hizo una especie de mueca arrugando la nariz y curvando sus orejotas:
-“Dragones ¿no es así? Pierdes el tiempo muchacho. Ellos han dejado de relacionarse con los hombres y sus aliados desde la gran batalla en Mehesgard, ase mas de 500 años…”- pauso, mientras me miraba de forma interrogante-“¿Conoces la historia?”-
-“Bueno…si…algo”-exclamé entre dientes.
Y allí comenzó a contarme una historio que duro hasta entrada la media noche y que más o menos era así: “Antiguamente estos grandes reptiles eran, no solo amigos de los hombres, sino que sus maestros. Y mientras así era, paz y prosperidad había entre los reinos…Pero siempre hay una mala semilla en algún lado. Un rey codicioso, no solo dejó de escucharlos, sino que inició una cruel caza. Como los Dragones amaban a los hombres no hicieron nada para defenderse, y esto les costo la vida a muchos de ellos. Por eso, pese a tener el poder de acabar con todos los reinos del mundo, los dragones prefirieron retirarse a los robledales del norte, donde abunda el buen tabaco, y el aire es más fresco. Allí construyeron sus gigantescas torres en donde, dicen, se encuentran las mas espectaculares y fastuosas bibliotecas. Pero la maldad del hombre no se conformaba con el exilio de los sabios reptiles. Cierto día en que los dragones volaron hacia las altas montañas de Zeldor (allí tenían sus cultivos de bayas y frutas), los hombres del tirano Rey tomaron la aldea dragón y luego de destruir los huevos de estos, se echaron a la fuga. Los dragones no tardaron en ver las destrozadas cáscaras de lo que iban a ser sus hijos, y fue así como llenos de furia lucharon en Mehesgard contra los hombres, y luego destruyeron el reino del tirano rey, junto con sus pueblos y campos. Aquella acción de venganza fue confundida por maldad, y desde entonces los dragones y los hombres se enemistaron.”

Cuando hubo acabado la historia, Nimlin encendió su pipa y me miró como si supiera que iba a interrogarle…y así lo hice:
-“¿Cree que podré encontrarlos?”-
-No lo se…Son muy pocos los que los han visto en estos días. Algunos guerreros vagabundos del Este afirman haber vivido entre ellos y dicen que descansan en el bosque, cantan, cuentan historias y escriben en sus enormes libros…pero también se sabe de aldeas y campos arrasados por el fuego de sus gargantas…”-
Tras las palabras del pequeño nimoog fue tal el silencio que solo se oían los ronquidos del gato que dormía a unos pasos nuestros, sobre los leños de la chimenea.
-“Bueno…Será mejor que duerma”- dije al levantarme de la silla –“Mañana reemprenderé la marcha a primeras horas del día”-
Agradecí nuevamente la hospitalidad del nimoog y la deliciosa cena de la Señora Moog.
Me dirigí a la habitación de huésped y, tras cerrar la puerta, airear mis dolidos pies, y abrir la ventana, me recosté en el cómodo lecho mirando la copa de un esbelto álamo y cuatro estrellas que llegaba a observar desde mi posición.
Intente durante unos largos minutos diferentes técnicas, que según algunas creencias, llaman al sueño…pero sin mas resultados que un par de enrojecidos ojos pensé que lo mejor sería tomar un poco de aire fresco de la otoñal noche.
Salí al jardín posterior por la ventana, que por cierto, debido a su estrecho tamaño no fue tarea fácil.
La luna brillaba en lo alto del oscuro cielo y no faltaban muchas horas para que el resplandor del sol de comienzo a un nuevo día.
Una brisa se anunciaba cantando entre las hojas de una alameda cercana y que no tardó en juguetear entre mis cabellos. Cerré los ojos y extendiendo los brazos aspiré profundamente. Sentí el rocío nocturno impregnado en la hierba, con un poco del aroma de las pequeñas flores que salen caprichosas entre el verde manto de la colina. Sentí en mi pecho aquella sensación de pureza, y exhalé lentamente. Levante mi rostro y abrí los ojos a la luna…que en lugar de ver su palidez de plata, una imponente sombra eclipsó su luz en el firmamento. Observé maravillado el aleteo de su vuelo, su erguido cuello y su larga cola como la estela de un cometa.
Lo observé hasta que mis ojos confundieron su lejanía con las estrellas. Entonces, me senté atónito sobre la blanca verja, feliz, invadido de una calma que no sabía explicar, y que acarreo tal relajación que me indujo al bostezo y la somnolencia.
Volví a la habitación, nuevamente, utilizando la ventana.
La vela estaba anunciando su extinción con un negro hilo de humo. Nuevamente recostado en la cama la sentí muy mía, y acurrucándome entre las cobijas cerré los ojos con la imagen de aquel dragón, y entonces dormí.

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