lunes, 29 de octubre de 2007

El encuentro.

Ya no me apretaba el pecho,
y ya no sudaba tanto.
Pero la sensación seguía sacudiéndome.
Y ahí lo vi, erguido,
con aire orgulloso, casi arrogante.
Sus ojos brillaban en la luz de la luna,
y su mirada,
implacable e inexorable,
inspiraba temor.
No me moví.
Inclino su cuello acercándose.
Al hablarme pude sentir el calor de sus palabras,
literalmente.
Luego dio media vuelta,
desplegando sus inmensas alas,
y se lanzó al abismo…
No me moví.